Crohn y emociones

Crohn y emociones

Crohn y emociones forman una dupla que, aunque históricamente ignorada en la medicina convencional, cada vez recibe más atención científica y clínica. A pesar de que la enfermedad de Crohn y la colitis ulcerosa se han descrito tradicionalmente como trastornos inmunológicos con una base genética, hoy sabemos que las emociones juegan un papel fundamental en su aparición, evolución y tratamiento. De hecho, el estrés emocional mal gestionado puede actuar como desencadenante de brotes y dificultar la remisión. En consecuencia, es imprescindible abordar no solo el intestino, sino también el contexto emocional en el que vive el paciente.

Por otro lado, vivimos en una sociedad que promueve hábitos acelerados, desconexión del cuerpo y una constante hiperexigencia. Esta forma de vida, lejos de ser neutra, actúa como un caldo de cultivo para enfermedades inflamatorias crónicas. Crohn y emociones no pueden separarse cuando se trata de comprender el origen real del desequilibrio sistémico que vive la persona. En este artículo exploraremos cómo los hábitos, las creencias, el estrés crónico y la falta de sentido vital pueden romper la homeostasis del organismo, y cómo recuperar el equilibrio emocional puede ser parte activa del tratamiento.

Además, propondremos una hipótesis integradora que combina los hallazgos de la psiconeuroinmunología, la epigenética y el impacto de la microbiota intestinal, sin dejar de lado el componente existencial: la falta de propósito, valores y conexión personal también desregula. Así, entenderemos cómo, en el caso del Crohn, las emociones no son secundarias sino centrales. Y más aún: que sanar va mucho más allá de apagar una inflamación; sanar implica volver a habitar el cuerpo con coherencia, presencia y dirección.

El modelo sistémico de salud y enfermedad

Entender el vínculo entre Crohn y emociones exige abandonar el enfoque fragmentado que ha dominado durante décadas a la medicina. No somos intestino por un lado y cerebro por otro. Ni cuerpo por un sitio y emociones por otro. Somos un sistema completo. Y ese sistema, cuando pierde la coherencia entre sus partes, enferma.

Tradicionalmente, el modelo biomédico ha planteado que las enfermedades tienen una causa específica, casi siempre localizada en un órgano o en una función concreta. Sin embargo, este modelo ha quedado corto ante realidades complejas como las enfermedades inflamatorias intestinales. Hoy sabemos que en condiciones como la colitis ulcerosa o la enfermedad de Crohn no hay una sola causa, sino una red de factores interconectados: genética, microbiota, alimentación, inflamación… y sí, también emociones. Por eso, hablar de Crohn y emociones no es una moda, sino una necesidad clínica y humana.

En consecuencia, ha surgido un modelo más completo: el modelo bio-psico-social-espiritual, también conocido como modelo sistémico. Según esta visión, la salud no se sostiene solo desde la biología, sino también desde el estado mental, las relaciones sociales y el propósito vital. Por ejemplo, una persona con Crohn puede experimentar brotes no solo por comer mal, sino por vivir bajo presión constante, sin descanso emocional, y sin sentido de dirección. Cada uno de estos factores estresa al sistema desde un ángulo distinto. Y todos ellos, sumados, lo desregulan.

Además, cuando el sistema pierde su capacidad de adaptarse a los estresores —internos o externos— se produce lo que la psiconeuroinmunología llama carga alostática: el precio que paga el cuerpo por estar intentando compensar continuamente un desequilibrio. Es decir, el cuerpo empieza a sobreactuar para intentar mantener la normalidad, pero a costa de dañar sus propios tejidos. En este caso, la mucosa intestinal.

Por otro lado, también hay que considerar que Crohn y emociones se retroalimentan: el dolor, la diarrea, la fatiga o la vergüenza social por los síntomas pueden aumentar el estrés emocional. Y ese estrés, a su vez, agrava la inflamación. Así se forma un bucle de sufrimiento físico y mental del que es difícil salir si no se interviene en todos los planos.

Pero aún hay más. En este modelo sistémico, el intestino no es solo un órgano digestivo: es también un órgano emocional. No es casualidad que el 90% de la serotonina del cuerpo se produzca en el intestino. Y no es casualidad tampoco que el nervio vago —la autopista de conexión entre cerebro e intestino— juegue un rol clave en la regulación tanto del estado de ánimo como de la inflamación. Por lo tanto, un intestino inflamado no solo genera síntomas digestivos: también afecta el estado emocional de forma directa. Esto refuerza aún más la importancia de hablar de Crohn y emociones como una unidad inseparable.

En definitiva, si queremos entender el origen real de la EII —y sobre todo, cómo acompañar a quienes la sufren— no podemos seguir actuando como si el cuerpo fuera una máquina que se repara en partes. El Crohn no nace solo en los genes ni en la microbiota: nace de un sistema que ha perdido el equilibrio. Un sistema al que se le ha olvidado respirar, comer con presencia, dormir bien, hablar desde el corazón y vivir con dirección.

El intestino: centro biológico del desequilibrio

Para hablar de Crohn y emociones, hay que empezar por reconocer que el intestino es mucho más que un tubo que digiere alimentos. Es un órgano sensorial, inmunológico y emocional. De hecho, muchos lo llaman ya el segundo cerebro, y no por capricho: contiene más de 100 millones de neuronas, produce neurotransmisores como la serotonina, y mantiene un diálogo constante con el sistema nervioso central.

Sin embargo, este sistema tan fino y sabio se desequilibra fácilmente cuando lo tratamos mal. Una mala alimentación, un descanso pobre, un entorno tóxico o una vida emocional desordenada no solo lo “estresan”: lo inflaman. Y ahí es donde entra de lleno la relación entre Crohn y emociones. Porque el intestino no solo sufre lo que comemos… también sufre lo que sentimos.

Microbiota, disbiosis y dieta occidental

La ciencia ya ha demostrado que las personas con EII suelen tener una microbiota intestinal alterada: menos bacterias buenas, más bacterias agresivas, y una menor diversidad microbiana. Esta alteración, conocida como disbiosis, no solo afecta la digestión, sino que también rompe la barrera intestinal, facilitando la entrada de toxinas y generando una respuesta inflamatoria. Y aquí viene el primer giro interesante: el tipo de dieta que seguimos influye directamente en la composición de esa microbiota.

Las dietas occidentales, ricas en azúcares, harinas refinadas, grasas trans y aditivos, son terreno fértil para una microbiota inflamatoria. Por el contrario, dietas más naturales, con fibra fermentable, frutas, verduras, fermentados y grasas buenas, favorecen bacterias protectoras como Faecalibacterium prausnitzii, productora de butirato, un ácido graso antiinflamatorio clave.

Ahora bien, el impacto emocional también modula la microbiota. Numerosos estudios han demostrado que el estrés crónico altera la flora intestinal, reduce la presencia de bacterias beneficiosas y aumenta la permeabilidad intestinal. Por tanto, Crohn y emociones se encuentran también aquí, en el ecosistema microbiano del colon. Comer bien es fundamental, pero si se come con ansiedad o en medio de una vida caótica, el intestino lo nota. Porque no digerimos solo alimentos: digerimos también emociones.

Epigenética y hábitos cotidianos

Por otro lado, la epigenética —la ciencia que estudia cómo el entorno modifica la expresión de los genes— también aporta evidencia sólida al vínculo entre Crohn y emociones. Los genes implicados en la EII pueden estar presentes sin dar síntomas… hasta que un entorno estresante, una infección, una mala alimentación o un evento traumático activan esos genes y desatan la enfermedad. Lo fascinante es que la activación o no de un brote inflamatorio depende, en parte, de cómo vive y siente la persona.

Además, algunos nutrientes —como los folatos, la colina, o incluso el butirato producido por ciertas bacterias— pueden activar o silenciar genes mediante procesos de metilación. Esto significa que una alimentación rica y equilibrada puede “modular” la actividad inflamatoria desde el ADN, y que una emocionalidad negativa o el estrés pueden hacer justo lo contrario.

Por tanto, el intestino se convierte en centro biológico del desequilibrio: es donde convergen la mala dieta, la inflamación emocional, la disbiosis y la herencia genética. Es el escenario donde el cuerpo expresa lo que la vida cotidiana ha desordenado. Y es ahí, en el intestino, donde el Crohn y las emociones se dan la mano para bien o para mal.

El estrés crónico y la mente que inflama

Si el intestino es el epicentro biológico, la mente es su interruptor eléctrico. Cuando una persona con Crohn sufre estrés sostenido, ansiedad o sobrecarga emocional, su cuerpo no solo lo percibe… lo somatiza, literalmente. Esta conexión entre Crohn y emociones ya no es una hipótesis filosófica: es fisiología pura, respaldada por la psiconeuroinmunología.

El eje intestino-cerebro: una autopista inflamatoria

Nuestro sistema nervioso y nuestro sistema inmunitario están profundamente interconectados. Cuando el estrés se vuelve crónico, el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HHA) se activa de forma constante. Como resultado, se liberan grandes cantidades de cortisol, la hormona del estrés. A corto plazo, esto es útil. Pero a largo plazo, este exceso de cortisol genera resistencia celular, daña la mucosa intestinal, aumenta la permeabilidad y altera la respuesta inmune.

Además, el nervio vago, que conecta el cerebro con el intestino, pierde tono en situaciones de estrés crónico. ¿Y por qué es esto importante? Porque ese nervio —el mismo que se activa cuando respiramos profundo o estamos en calma— ayuda a apagar la inflamación. Si se debilita por la tensión emocional constante, el sistema inmunitario queda sin freno fisiológico, y la inflamación se descontrola.

De este modo, el estrés no solo afecta, sino que modula el intestino. De hecho, diversos estudios han confirmado que los pacientes con Crohn o colitis tienen mayor reactividad al estrés, y que los periodos de mayor tensión vital coinciden con más síntomas, más recaídas y menor calidad de vida. Por tanto, “Crohn y emociones” no es una casualidad, es un patrón clínico evidente.

¿Por qué el estrés emocional activa un brote?

Cuando una persona se siente emocionalmente amenazada —ya sea por un conflicto, una pérdida, una sobrecarga de responsabilidades o una desconexión interna—, su sistema nervioso interpreta que está en peligro. Como consecuencia, se activa la respuesta de lucha o huida. Esta activación conlleva una cascada inflamatoria: más citocinas proinflamatorias como TNF-alfa e IL-6, reducción de células reguladoras (Treg), disbiosis y disrupción de la barrera intestinal.

En otras palabras, el cuerpo no distingue entre un león acechando y una vida sin descanso emocional. Ambos activan el mismo sistema defensivo. Y si este sistema está ya sobrecargado —como ocurre en el Crohn—, el resultado es claro: brote intestinal.

Además, el estrés emocional afecta directamente a la microbiota. La ansiedad puede reducir bacterias beneficiosas, aumentar la producción de metabolitos tóxicos y alterar el tránsito digestivo. Por eso, las personas que viven en constante tensión también viven en constante inflamación, aunque no siempre lo sepan. Y si tienen una EII, esa inflamación no se queda en abstracto: se convierte en síntomas reales y sufrimiento físico.

Círculo vicioso: de la inflamación al malestar emocional

El problema no es solo que las emociones afecten al Crohn. Es que el Crohn también afecta a las emociones. Un intestino inflamado puede alterar la producción de serotonina y dopamina, empeorar el estado de ánimo y generar más ansiedad. Este círculo vicioso hace que la persona se sienta peor, lo que incrementa el estrés, que a su vez alimenta la inflamación. Y vuelta a empezar.

Por tanto, romper este ciclo requiere actuar en ambos frentes: cuidar el intestino y cuidar la mente. Porque Crohn y emociones se retroalimentan en una danza bioquímica continua, donde la calma emocional puede ser tan terapéutica como un fármaco bien recetado.

El cuerpo desconectado: estilo de vida y hábitos destructivos

La conexión entre Crohn y emociones no se limita a lo que sentimos, sino también a lo que hacemos todos los días sin pensar. Porque no solo se inflama el que sufre un trauma o una pérdida. También se inflama quien duerme mal, come sin pausa, no se mueve, fuma, se aísla y vive sin respirar conscientemente.

El cuerpo es sabio, sí, pero no es invencible. Si día tras día recibe señales de descuido, tensión y desorden, no puede regularse como debería. Lo intenta, pero llega un momento en que la adaptación se agota y aparece la enfermedad. En el caso de la EII, esa enfermedad toma forma de inflamación intestinal, brotes recurrentes y un agotamiento físico y emocional que mina la vida.

Sedentarismo: cuando el cuerpo se apaga

Uno de los hábitos más comunes (y más ignorados) es el sedentarismo. Muchas personas con Crohn temen moverse por miedo a la fatiga, el dolor o las urgencias intestinales. Pero lo que no saben es que el movimiento, bien dosificado, es un regulador natural del sistema inmune.

Durante el ejercicio físico moderado, el cuerpo libera miocinas antiinflamatorias y reduce los niveles basales de citocinas proinflamatorias como TNF-alfa. Además, se mejora la motilidad intestinal, se reduce el estrés percibido y se refuerza la sensación de control personal. Por tanto, una vida sin movimiento no solo genera rigidez corporal: debilita el sistema inmunológico, favorece la disbiosis y agrava la relación entre Crohn y emociones.

No se trata de correr maratones. Se trata de reconectar con el cuerpo, de habitarlo desde el placer, no desde el miedo. Caminar, nadar, bailar, hacer fuerza adaptada. El cuerpo fue hecho para moverse, y cuando no lo hace, todo se estanca: la sangre, el ánimo y, sí, también el intestino.

Mal descanso: el precio de no parar

Dormir mal no es un capricho moderno. Es una epidemia silenciosa con consecuencias inflamatorias reales. Durante el sueño profundo, el cuerpo realiza procesos de regeneración esenciales, regula la producción de cortisol, repara tejidos y equilibra la respuesta inmune.

Cuando una persona con Crohn duerme mal —ya sea por el dolor, por la ansiedad o por costumbre— su cuerpo entra en modo “emergencia” constante. El cortisol no baja como debería, la melatonina no se segrega con normalidad, y la inflamación se mantiene latente, lista para estallar en cualquier momento. En consecuencia, el vínculo entre Crohn y emociones se hace más evidente, ya que el insomnio agrava el malestar emocional, y este, a su vez, impide dormir bien.

Romper este ciclo requiere más que una pastilla para dormir. Requiere crear una rutina de seguridad: cenar ligero, desconectar de pantallas, practicar meditación o respiración consciente, y, sobre todo, devolverle al sueño el valor que merece como pilar de salud.

Tabaquismo, alcohol y toxicidad cotidiana

El tabaco es uno de los pocos factores que empeora de forma directa la evolución del Crohn. No es una opinión: es evidencia. Fumar aumenta la permeabilidad intestinal, favorece la infiltración de macrófagos, empeora la microbiota y eleva los marcadores inflamatorios. Quien fuma con Crohn, juega con fuego digestivo. Y el alcohol, aunque más ambiguo en su impacto, también irrita la mucosa intestinal, altera el sueño y agrava el estado anímico.

Pero más allá de las sustancias, hay otra toxicidad igual de peligrosa: la falta de placer, la soledad, la ausencia de comunidad. Vivimos conectados a miles de personas en lo virtual, pero desconectados de nuestra tribu real. Y esa soledad mantenida, esa vida sin vínculos profundos, sin conversación genuina ni contacto humano, desregula el sistema inmunológico como lo haría cualquier tóxico.

La oxitocina, la hormona del apego y el contacto afectivo, tiene efectos antiinflamatorios. El apoyo social amortigua el impacto del estrés. Por tanto, vivir sin relaciones significativas es un factor más en la ecuación entre Crohn y emociones. No estamos hechos para vivir aislados. Y el intestino, más que ningún otro órgano, lo grita cada vez que lo ignoramos.

Más allá de lo físico: el propósito como medicina

Podemos cuidar lo que comemos, mover el cuerpo, dormir bien e incluso aprender a respirar mejor. Pero si la vida no tiene un “para qué”, todo eso acaba cayendo como castillo de naipes. Porque no se puede sostener una salud verdadera sobre el vacío existencial. Y ahí es donde Crohn y emociones encuentran su raíz más profunda: en la falta de dirección interior.

Viktor Frankl, psiquiatra austriaco y superviviente del Holocausto, escribió que quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo. En su libro El hombre en busca de sentido, relataba cómo los prisioneros que lograban mantenerse con vida no eran los más fuertes, sino los que encontraban una razón para hacerlo. Algo o alguien por lo que seguir. Un propósito que les mantuviera en pie.

Aplicado al contexto de la EII, esto cobra un poder brutal. Crohn y emociones no se separan cuando uno vive sin propósito, porque la inflamación emocional se cuela por cada rendija de sentido ausente. Lo vemos a diario: personas que hacen todo “bien” en lo físico, pero se sienten perdidas, rotas, solas, o simplemente sin rumbo. Y el intestino, sensible a todo eso, responde.

El vacío existencial inflama

No hablamos solo de filosofía, hablamos de biología. Estudios actuales han demostrado que tener un propósito vital claro se asocia con menor inflamación sistémica, menor proteína C reactiva, mejor función inmunológica y menor mortalidad por enfermedades crónicas. Al contrario, la desesperanza y la anhedonia se relacionan con niveles altos de IL-6 y TNF-alfa, las mismas citocinas que se disparan en los brotes de Crohn.

Además, desde la epigenética y la psiconeuroinmunología, se ha observado que las personas con un sentido claro de vida expresan menos genes proinflamatorios y más genes de respuesta antiviral. Es decir, el propósito calma la inflamación, tanto en el cuerpo como en la cabeza. ¿Cómo no incluirlo en el tratamiento?

Por otro lado, la falta de sentido suele venir acompañada de comportamientos autodestructivos: abandono de la alimentación, sedentarismo, consumo de sustancias, aislamiento. En consecuencia, ese vacío no solo duele: también enferma.

Coherencia, valores y salud emocional

Pero no basta con “tener objetivos”. El cuerpo también detecta la coherencia con los valores propios. Cuando uno vive haciendo lo contrario de lo que siente, entra en disonancia interna, y eso es un estrés sutil pero constante. Esa incoherencia, si se mantiene, se convierte en una inflamación silenciosa del alma, que se traduce en síntomas físicos.

Por ejemplo, un paciente que se obliga a trabajar en un entorno tóxico, que tolera relaciones destructivas por miedo o que se niega constantemente lo que desea, está enviando señales de lucha al cuerpo. Y el cuerpo, que no distingue entre un tigre y una vida incoherente, responde con inflamación. Por tanto, vivir en armonía con los valores personales también forma parte del tratamiento.

Espiritualidad práctica: sentido, conexión y comunidad

La dimensión espiritual no tiene por qué ser religiosa. Hablamos de sentido profundo, de conexión con algo mayor: un proyecto, una causa, una comunidad, una vocación, una fe, una filosofía de vida. El ser humano necesita pertenecer, necesita sentir que importa y que su vida tiene dirección.

Muchos pacientes con EII experimentan una transformación profunda cuando, más allá de buscar “curarse”, empiezan a buscar entender para qué están viviendo esta experiencia. Y ahí todo cambia: la enfermedad deja de ser un enemigo y se convierte en una maestra. El dolor se vuelve guía. La inflamación, una brújula que apunta al desorden interno.

Crohn y emociones, en este nivel, son un espejo. No para culpabilizar, sino para invitar a mirar dentro. Reorganizar la vida. Elegir de nuevo. Sanar no solo el colon, sino el sentido.

Propuesta de hipótesis integradora

Después de recorrer cada capa del ser humano —cuerpo, mente, hábitos y sentido—, queda clara una cosa: la enfermedad no brota del intestino, brota del sistema humano completo. Y es precisamente ahí donde nace la hipótesis que te propongo: una visión integradora del Crohn y de las emociones como piezas entrelazadas de un desequilibrio sistémico profundo.

La enfermedad como colapso multidimensional

Lo que hoy llamamos enfermedad inflamatoria intestinal no es solo una cuestión de genética, ni un fallo aislado del sistema inmunológico. Es el resultado de múltiples capas de desequilibrio que se acumulan, se superponen y, en un momento dado, colapsan.

Así como el intestino tiene su propia microbiota, su red neuronal y su sistema inmunológico, el ser humano tiene su biología, su historia emocional, sus patrones mentales, su entorno social y su necesidad de sentido. Cuando estas capas no se alinean, se produce una especie de “fractura invisible” que el cuerpo acaba expresando en el punto más vulnerable. En este caso, en el intestino.

Y ese punto de quiebre tiene nombre: Crohn y emociones.

La ecuación del desequilibrio

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alimentos que inflaman en la EII

Podemos visualizarlo como una ecuación acumulativa:

Genética predisponente + disbiosis intestinal + estrés emocional crónico + hábitos destructivos + vacío existencial = desregulación inmune intestinal → enfermedad

Cada componente por sí solo puede no ser suficiente para enfermar. Pero la suma de todos, sostenida en el tiempo, desborda la capacidad de autorregulación del cuerpo. Y cuando la carga alostática supera el umbral, el sistema inmune se descoordina, la mucosa intestinal se inflama, y aparece el brote.

Por eso no basta con tratar “la inflamación”. Hay que descifrar qué la sostiene.

Crohn y emociones: un ecosistema herido

Imagina al ser humano como un ecosistema:

  • El cuerpo sería el suelo, donde crecen o mueren los procesos biológicos.
  • La mente, como el clima, regula si el sistema florece o se marchita.
  • Las emociones, como la lluvia: necesarias, pero en exceso pueden desbordar.
  • Los hábitos, como el sol: si brillan con coherencia, sostienen la vida.
  • Y el propósito… es la brújula, la raíz invisible que da dirección al crecimiento.

Cuando una o varias de esas fuerzas entran en contradicción, el ecosistema se desequilibra. Y lo que era una tierra fértil para la salud, se convierte en un terreno inflamado, vulnerable y reactivo. El intestino, al ser un órgano tan expuesto a todo lo que entra (alimento, emociones, entorno), es uno de los primeros en expresar ese desajuste.

Así, Crohn y emociones se convierten en el lenguaje con el que el cuerpo nos pide volver al centro. Es su forma de decir: algo no está en paz.

De la teoría a la práctica

Esta hipótesis integradora no busca reemplazar los tratamientos médicos, sino complementarlos desde una perspectiva de raíz. Implica acompañar al paciente no solo con medicamentos, sino con:

  • Nutrición antiinflamatoria y adaptada.
  • Regulación emocional y gestión del estrés.
  • Restauración del descanso y movimiento consciente.
  • Revisión de hábitos diarios.
  • Y, sobre todo, un trabajo profundo sobre propósito, valores y sentido de vida.

Porque sanar no es solo sellar una úlcera, es cerrar las brechas entre lo que uno vive y lo que uno necesita vivir.

Un nuevo paradigma

La hipótesis es simple:

El Crohn no es el enemigo, es el mensajero. Las emociones no son el problema, son el radar. El cuerpo no está roto, está avisando.

Y el tratamiento más profundo —y duradero— no será nunca solo el que baja la inflamación, sino el que restaura el equilibrio entre las capas del ser humano.

Crohn y emociones, cuando se entienden en su conjunto, no son una condena… son una invitación.

Conclusión: sanar es volver al centro

Crohn y emociones no son dos historias paralelas. Son la misma historia contada en dos idiomas distintos: uno, el idioma de la inflamación y el cuerpo; el otro, el del alma y la psique. Y solo cuando escuchamos ambos, podemos comprender el mensaje completo.

La enfermedad no siempre es un castigo, ni un fallo biológico. A veces es un espejo crudo pero honesto, que nos muestra que algo se ha desalineado. Que hemos desconectado el cuerpo del corazón, el intestino del propósito, la vida del sentido. Y sí, a veces duele. Duele parar, mirar, reordenar. Pero más duele seguir como si nada. Más duele silenciar al cuerpo cuando lo único que quiere es ser escuchado.

Crohn y emociones nos enseñan que sanar no es solo cerrar una herida física. Es también reconstruir el ecosistema interno: aprender a descansar, a comer con consciencia, a decir no, a expresar lo que pesa, a movernos con cariño y a vivir con una razón que nos despierte por las mañanas.

Esta visión no elimina la medicina, la acompaña. No rechaza el tratamiento, lo potencia. Porque un cuerpo que siente que la vida vale la pena es un cuerpo que empieza a sanar.

Así que quizás la verdadera medicina empieza cuando dejamos de preguntarnos solo qué me pasa…
Y empezamos a preguntarnos:
¿Qué me falta?
¿Qué necesito decir, cambiar, recuperar?
¿Para qué está apareciendo esto en mi vida?

Porque el Crohn no solo habla de inflamación. También habla de urgencia emocional. Y escuchar ese grito puede ser el primer paso para regresar a nosotros mismos.

Evidencia científica:

Evidencia científica citada

  1. Hornschuh M, et al. (2021). The role of epigenetic modifications for the pathogenesis of Crohn’s disease. Clinical Epigenetics.
    Disponible en: https://clinicalepigeneticsjournal.biomedcentral.com/articles/10.1186/s13148-021-01085-7

La susceptibilidad genética no explica por sí sola el desarrollo del Crohn. Factores ambientales como la dieta, el tabaquismo, el uso de antibióticos en la infancia y la microbiota intestinal desempeñan un papel crítico. La epigenética puede explicar el aumento global de casos.

  1. Chassaing B, et al. (2015). Food Additive Emulsifiers and Their Impact on Gut Microbiome, Permeability, and Inflammation. PubMed.
    Disponible en: https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/25845003/

Los emulsionantes alimentarios alteran la microbiota intestinal, incrementan la permeabilidad del epitelio y activan vías inflamatorias como NF-κB, favoreciendo el desarrollo de EII.

  1. Sokol H, et al. (2008). Faecalibacterium prausnitzii is an anti-inflammatory commensal bacterium identified by gut microbiota analysis of Crohn disease patients. PNAS.
    Disponible en: https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/18936492/

F. prausnitzii, una bacteria comensal con propiedades antiinflamatorias, está significativamente reducida en pacientes con enfermedad de Crohn.

  1. Zhou Y, et al. (2022). Psychological stress in inflammatory bowel disease: Psychoneuroimmunological insights into bidirectional gut–brain communications. Frontiers in Immunology.
    Disponible en: https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fimmu.2022.861243/full

El estrés crónico activa el eje HHA, desregula la función inmune intestinal, altera la microbiota y agrava la progresión de la EII. También induce disbiosis, permeabilidad y respuesta inflamatoria sostenida en la mucosa colónica.

  1. Crohn’s & Colitis Foundation. Estrés y ansiedad en EII.
    Disponible en: https://www.crohnscolitisfoundation.org/

Aunque el estrés no causa directamente Crohn o colitis ulcerosa, sí puede empeorar los síntomas y contribuir a los brotes.

  1. Harvard Health Publishing (2019). Will a purpose-driven life help you live longer?
    Disponible en: https://www.health.harvard.edu/mind-and-mood/will-a-purpose-driven-life-help-you-live-longer

Personas con mayor propósito vital presentan menor mortalidad por enfermedades inflamatorias, cardiovasculares y metabólicas.

  1. Boylan JM, et al. (2021). Sense of purpose in life and inflammation in healthy older adults: A longitudinal study. Psychoneuroendocrinology.
    Disponible en: https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/33556354/

Un mayor sentido de propósito vital se asocia longitudinalmente con menores niveles de proteína C reactiva (PCR) y marcadores inflamatorios.

  1. Lachman ME & Schloski M. (2023). Psychosocial Anti-inflammatories Can Change Your Life. Psychology Today.
    Disponible en: https://www.psychologytoday.com/intl/blog/

Factores psicosociales como propósito de vida, control percibido y apoyo social pueden reducir la inflamación sistémica.

  1. Frankl V. (1984). El hombre en busca de sentido. Editorial Herder.

La frustración existencial y la pérdida de propósito generan sufrimiento psíquico y pueden favorecer enfermedades psicosomáticas.

  1. Paes R, et al. (2020). Sentido de coherencia en enfermedades crónicas: una revisión integradora. Enfermería Universitaria.
    Disponible en: https://revista-enfermeria.unam.mx/index.php/revista/article/view/837

Un mayor sentido de coherencia está asociado a mejor afrontamiento, menor carga percibida y mayor calidad de vida en pacientes con enfermedades inflamatorias crónicas.

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